Domingo Semana 03 Cuaresma - 7 de marzo​

Ora despacio con el Evangelio del día: Juan 2, 13-25
✠
Lectura del santo Evangelio según San Juan 2, 13-25.
En aquel tiempo se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los
cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo:
«Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.
Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: “el celo de tu casa me devora”».
Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron:
«¿Qué signos nos muestras para obrar así?»
Jesús contestó:
«Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.»
Los judíos replicaron:
«Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar
en tres días?»
Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los
muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la Palabra que había dicho Jesús.
Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su
nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre.
Palabra del Señor.
Medita: Los cambistas y vendedores que cumplían la función de facilitar a los que acudían al templo, el poder cumplir con los sacrificios y ofrendas prescritos por la Ley son expulsados violentamente por Jesús. Podría sorprendernos ver a Jesús actuar así. Pero es que Él ve el corazón, el interior de las personas. Sabe que la buena intención de prestar un servicio se ha convertido en un negocio lucrativo, tanto para las autoridades del templo como para los que vendían. El domingo pasado hablamos de la pureza de corazón, que es no tener otro proyecto que abrirse a la voluntad de Dios. Todos necesitamos revisar nuestras intenciones en lo que hacemos pues, por más santo y bueno que sea, puede haberse convertido en una excusa para buscarnos a nosotros mismos, para lograr lo que queremos, lo que nos conviene humanamente, no la voluntad de Dios. En ese caso también nosotros, que debemos ser «templo de Dios», nos hemos convertido en «un mercado».
 
Profundiza en tu oración: Éxodo 20, 1-17; Salmo 18; 1 Corintios 1, 22-25
 
Actúa: Pregúntate: ¿Dependo de las cosas que tengo? ¿Qué tendría que perder para convencerme de que dependo sólo de Dios? ¿Mi seguridad está en mis bienes o está en Dios, proveedor de todos los bienes? ¿Pongo más empeño y esfuerzo en buscar los bienes o en buscar de Dios?